jueves, 11 de abril de 2013

Recuerdos


Ese fin de semana de hace ya mucho tiempo, fui a verle a su casa, pero no me contestó nadie. Estuve intentando localizarle durante semanas pero no dio señales de vida. Me preocupé. Mucho. Demasiado. Su silencio desató mi verborrea mental. Le maldije, me enfadé, deseé vilmente que le hubiera pasado algo que justificara su ausencia. Esperé durante noches y mañanas y tardes a que sonara mi teléfono.

Nada.

Silencio.

Me llamó un jueves a media tarde. Simplemente me dijo que había estado muy ocupado ordenando recuerdos, cada uno de ellos en su correspondiente rincón de la estantería. No hizo ni falta que se lo preguntara. Me dijo que sí, que a mí también me había ubicado en el rinconcito de los recuerdos cercanos.

No supe nada más de él hasta hoy, al recibir una carta con una foto de una playa desierta y una nota escrita en ella: “¿Recuerdas lo felices que fuimos haciendo el amor sobre esa arena mojada?”

He llorado de melancolía y de tristeza por la felicidad perdida, esa que se quedó en la esquina de la parte de arriba de esa estantería de madera de esa buhardilla del centro de la ciudad. Le hubiera odiado más que en mi vida, de no haber contestado a una llamada de un número desconocido, en la que una voz quebrada por la angustia me dijo: “disculpa, pero es que he estado ordenando recuerdos durante todo este tiempo”.

Y entonces, recordé…