viernes, 15 de junio de 2012

jueves, 14 de junio de 2012

Pequeños momentos


¿Me estás preguntando en qué momentos soy feliz? Pues en infinidad de ocasiones. Cuando veo la sonrisa de un niño comiendo un helado; cuando vuelvo a casa en invierno y me está esperando el calor del brasero; cuando por las mañanas me cruzo con una niñera que espera el bus escolar con dos pequeñas rubitas de ojos azules y les canta como si fueran sus hijas; cuando salgo del agua fría del mar y el sol empieza a calentarme la espalda; cuando cierro los ojos y me concentro en sentirme viva; cuando me siento en una roca y veo los campos de amapolas peinados por la brisa del atardecer; cuando una caricia de mi pareja me hace vibrar; cuando fabulo en viajar a algún país exótico; cuando pierdo mi mirada en el horizonte y soy consciente que me queda aún mucho por vivir; cuando sé que estás ahí aunque no te vea; cuando la palabra de una amiga calma todo mi dolor; cuando un cachorro posa su cabeza sobre mi rodilla; cuando un anciano te regala un "muchas gracias" y una sonrisa porque le has ayudado a cruzar la calle; cuando resuelvo un problema que me ha supuesto mucho coste emocional; cuando veo la cara de alegría de mis padres al recibir una sorpresa; cuando sé que soy capaz de superarme; cuando por las mañanas le retiro el pelo de la cara para darle un beso en la comisura de los labios; cuando una niña que no tiene apenas nada, sonríe al rozar su mano sobre la hierba mojada de rocío; cuando los viernes por la noche me quedo dormida en el sofá; cuando noto que de madrugada te arrimas a mí y me abrazas; cuando me cruzo con algún desconocido por la calle y, sin motivo, me mira y me sonríe; cuando me regalas tu tiempo los fines de semana; cuando tomarme una cerveza con alguien querido supone un bálsamo para mi corazón; cuando me impregno del aroma de tu cuerpo y se multiplican mis sentidos...

¿A alguien le quedan dudas de que la felicidad como tal no existe, sino que está compuesta de pequeños momentos felices? Así pues, sonreid, porque somos unos afortunados...


Gracias C. por tus palabras

martes, 12 de junio de 2012

Pro(e)posiciones


Si quisiera hacerte daño ya te lo habría hecho, no haría falta que te esposara y te tumbara encima de las baldosas frías, como quien tira su vida a los brazos del siempre juguetón destino. Cada una de las tachuelas de las esposas que te has dejado poner, son las veces que he tenido ganas de tí en la última semana, ese deseo irrefrenable de ver tu cara convulsa ante, bajo, contra, desde, entre, hacia, sobre, tras la mesa de mármol del palacete donde apagamos por primera vez nuestro fuego.
Y ahora me sonríes porque sabes lo que sigue...



lunes, 4 de junio de 2012

Acordes de piano



Cuando era pequeña aprendí a tocar el piano. Mañanas y tardes ensayando acordes, escalas, arpegios, corcheas, fusas, negras, trinos… hasta que conseguía domar una melodía que, tras mucho esfuerzo, acababa sonando bien. Siempre me gustaron los compositores italianos y los Nocturnos de Chopin. Por las noches cerraba los ojos y me imaginaba que estaba dando un concierto en un pequeño teatro, sobre un escenario envuelto de cortinas naranjas y pasamanería dorada, con una platea llena de sillas de madera y con la gente atenta a las equivocaciones que pudiera tener. Y me gustaba la sensación que esa imagen me provocaba. Ser vista sin yo ver, que disfrutaran de mi música mientras yo estaba concentrada, saber que ante un acorde final y potente, a alguien se le podía erizar el pelo de la nuca...
Quizás tenía un punto exhibicionista, quizás sólo me dejaba llevar por la música, quizás mis fabulaciones sobre teatros barrocos eran parte de mi aprendizaje sobre la vida, quizás tocaba el piano porque la gente me alababa esa pequeña virtud, que tan grande me hacía sentir.
Y han pasado los años y ya sólo toco el piano cuando vuelvo a casa y me siento melancólica. Pero ahora todo es diferente, si cabe, incluso mejor que antaño. La sensibilidad que me ha regalado el paso del tiempo hace que el acariciar suavemente las teclas e interpretar las partituras que yacen amarillentas en el fondo de la banqueta, me provoquen un placer que recorre mi cuerpo y me estimula los recuerdos, haciéndome sentir por un momento, la ilusión que tenía por las noches de escuchar esos aplausos diluidos en el olor del pasado, en teatros pequeños con cortinas de colores. Y me imagino que cuando acabe la canción me levantaré, me giraré al público y les haré una gran reverencia para expresar mi gratitud. Pero me limito a sonreir y a disfrutar de ese instante de felicidad que el tiempo nunca me arrebatará...