martes, 11 de abril de 2017

Dedicatoria


Siempre le gustó el olor a papel de las tiendas de libros de segunda mano. Esa tarde de invierno entró en una de su barrio. Buscaba sin buscar nada en concreto, pero vio uno que le llamó la atención, Desiertos del mundo. Era una edición antigua de un diario de viajes de un antropólogo inglés. Le pareció interesante para sobrellevar las tardes frias de febrero. Lo pagó, sin más, y se fue. Al llegar a casa lo empezó a hojear con más detenimiento, y vio una dedicatoria en la primera página. 

Para ti, que fuiste un regalo, mi todo y mi nada, 
que sacaste mi mejor sonrisa y mis más sucios pensamientos, 
que me quisiste y deseaste, que cambiaste el color de los domingos por la tarde, 
que me hiciste vibrar y sentir que el futuro era posible.
Para ti, que apareciste una tarde de verano cuando lo daba todo por perdido, 
que me regalaste experiencias no experimentadas, 
que me erizabas la piel cuando sentía tu respiración cerca de mi espalda.
Para ti, por el tiempo que fui tu reposo del guerrero, 
por la que perdí algo más que los papeles, 
porque tu piel no mentía, porque si ti, no hubiera vuelto a ser yo, 
por lo que vivimos, por lo que jamás vamos a vivir, 
porque fuiste pero tienes que dejar de ser.
Para ti, porque nadie me robará tu sonrisa (la más bonita, sin duda) ni tu olor, 
porque sentí que cambiaría mi piel por la tuya, 
porque tu cuello seguirá siendo mi lugar preferido donde recalar.
Para ti, porque siempre nos quedará algún desierto en el que perdernos.
Para ti, porque sí.

R.


Un escalofrío recorrió su cuerpo, pensando en qué le habría llevado a R. a escribir estas palabras. Y se sintió mal, por haber entrado sin quererlo en una intimidad que no le correspondía, por tener en sus manos un punto y final de una relación, por imaginar cómo había llegado el libro a la tienda polvorienta de Simón el librero, por sentirse identificada en todas y cada una de las palabras que acababa de leer. Porque de repente se dio cuenta de que aún cicatrizaban las heridas y que ni el alcohol ni los aviones las habían podido cerrar. Y entonces supo que había llegado el momento de dejar de engañarse, porque el desierto más grande que conocía, no estaba en ningún mapa...


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