domingo, 15 de octubre de 2023

Acto 3. Escena 1


 

Se abre el telón.

Hay dos personas con ojos llorosos en mitad de la nada, y un ligero aroma a castaña asada envuelve el escenario. En una esquina del fondo, una luz tenue, reflejo de la luna llena.


- ¿Por qué me lo regalas?

- ¿Por qué no debería hacerlo? Sé que te gustará y te hará sonreír, y eso es lo que más me importa. Verte feliz y que el colgante haga juego con el color de tus ojos.

- No sé qué decirte. No me lo esperaba. No sé ni si debo aceptarlo. Además, mis ojos son verdes, y el colgante es dorado.

- No lo has entendido. No es por el color verde aceituna de tus ojos, si no por el brillo que emanan cuando te ruborizas por una caricia, o cuando no es necesario que me digas nada para saber qué estás pensando.

- Vaya sorpresa, no esperaba hoy este regalo. Me conoces demasiado bien, y me sientes como si fuera tú. Aunque me duele por el pasado que fue.

- Lo sé. Por ello quiero romper la energía de tu dolor con un colgante nuevo, para que resurjas como un ave fénix. No te mereces llorar por recuerdos dentro de un embalaje de cicatrices y de olvido. Quiero liberarte del veneno de una vida pasada. Además, me gustaría que tuvieras un recuerdo mío para que lo luzcas en las tardes soleadas de invierno y, quizás, te acuerdes de mí cuando estés paseando por el centro de la ciudad y veas el atardecer entre los edificios grises.

- ¿Me pones tú el colgante? Me encantaría sentir otra vez tus dedos deslizándose por mi nuca...

- Ojalá pudiera... ojalá. Sabes que nada me haría más feliz en la vida, pero no puedo, me lo dijiste más de una vez. Porque si lo hago, me atraparás para siempre en tu perfume y en tu piel, y querré que se pare este momento para siempre y pase a ser eternidad. Y la eternidad, querida, es para aquellas almas que vuelan y caminan juntas hacia una playa de arena blanca. Acaso... ¿te atreves?

- Ponme el colgante, acércate despacio y bésame...

- ¿Estás segura?

- No, en absoluto, pero hazlo, porque no quiero arrepentirme de una oportunidad perdida. Demasiadas veces me he escondido en bosques de dudas que nunca se disiparon por su frondosidad.

- Cierra los ojos y dame la mano. Todo irá bien, te lo aseguro. ¿Confías en mí?

- A ciegas...


Le pone el colgante, que se desliza suavemente por su cuello, y la besa con delicadeza y deseo... Ya da todo igual, porque tienen la esperanza de sentir que les quedan muchas escenas, muchos actos y entreactos antes de que se acabe la función...

Ella se queda mirando al infinito, deseando que ese colgante dorado como los rayos del sol, le devuelva la ilusión que perdió una tarde de primavera. Mientras, sigue saboreando en su boca entreabierta ese beso húmedo y sanador que le acaba de dar su mitad imposible, dejándole en sus labios un leve sabor a naranja... y sonríe.


Silencio.

Se baja el telón.



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