lunes, 6 de marzo de 2017

Flamencos


Al final encontré el mapa, ese del que tantas veces hablábamos. El que contenía todos nuestros rincones favoritos, en el que marcábamos los sitios donde nos queríamos perder. Ese que tan doblado estaba de todas las veces que lo habíamos utilizado, el que siempre dijimos que plastificaríamos y nunca llegamos a hacerlo. Estaba en el fondo de un cajón, junto a mi pasaporte caducado y las monedas que había ido guardando de todos los viajes. A su lado encontré una foto nuestra, con una fecha anotada y una sonrisa dibujada por detrás. Era del día que me lo regalaste.

Y entonces, como un susurro lejano, me vino la letra del Maestro. En Comala comprendí que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver. Y justo en ese momento supe que no te volvería a ver más. Porque los sueños que un día fueron, de repente dejaron de ser. Aun así sonreí. No podía quitarme de la cabeza tu cara de felicidad intentando fotografiar esos flamencos que tanto te gustaban, mientras tropezabas y te caídas dentro del pantanal e insistías en correr tras ellos para coger un primer plano. Supongo que ahí me enamoré de ti sin saber que, quizás, ya era demasiado tarde. 

“Que bonito mapa, y que suerte porque parece que has viajado mucho, lo digo por todas la anotaciones que tiene”, me dijo el encargado de la copistería. No supe ni que contestar. Un gracias habría sido suficiente, pero me quedé muda pensando en cuánto te quise mientras marcaba una a una las ciudades que recorrimos la última vez. 



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