jueves, 10 de diciembre de 2015

Duty free

"¿Qué me has traido del viaje? Anda, dímelo... ¿Esas chocolatinas que tanto me gustan o el bizcocho con crema que nos comimos en Lyon? No, ya sé, ese queso con especias que tan buena pinta me dijiste que tenía. ¿Tampoco? Vale, entonces el aceite con aroma de trufa que sabes que tanto me gusta, ¿ese es el regalo, no? Venga, va, que ahora sí que te lo adivino. El perfume que siempre uso y que vimos que estaba de oferta en el aeropuerto de... no me acuerdo cuál de ellos era. ¿No? Se me están acabando las opciones. Quizás el reposacabezas peluchoso que casi compras en El Cairo. Bueno, ya, me rindo. Enséñame tus manos para ver qué me has traído esta vez, que ya no aguanto más la sorpresa".

Y justo en ese momento, me desperté por una turbulencia del avión, siendo consciente que había sido un sueño y que nunca más habría ni chocolates, ni bizcochos, ni aceites, ni perfumes, ni reposacabezas peluchosos... Cerré los ojos para dormirme otra vez y volver donde lo había dejado, pero cuando empecé a soñar, ya estaba en otro avión, con la mirada perdida en la bruma del amanecer, y de camino a cualquier otro destino que no fuera el suyo... Y entonces, me quité esa pulserita de hilo que me regaló en nuestro último viaje y la dejé dentro del vaso vacío de té. Cuando la azafata vino a recogerlo, se lo dí y le sonreí con tristeza, porque le entregaba el último vínculo que me quedaba del pasado. Pero esta vez no estaba soñando. Me dí cuenta al mirarme la muñeca, ver que ya no llevaba la pulsera de colores y oir por megafonía que nos quedaban veinte minutos para aterrizar.


No hay comentarios:

Publicar un comentario