martes, 22 de diciembre de 2015

Nada más





Aún recuerda cuando le había dicho tantas veces, a lo largo de los años, que a la vida no le pedía nada más que quedarse como estaba, porque era completamente feliz, con su vida y con ella. Y ella se lo creyó, hasta el último momento, porque así se lo hizo sentir. Ahora se da cuenta que fue una idiota. La engañó, una vez más. Qué cercanos y a la vez qué lejanos le han quedado esos días. Ella sabía que él ya ni se acordaba, porque era de las personas que cuando cerraba la puerta del pasado, todo lo que había anhelado en esa vida común, lo enterraba haciéndose el héroe por los callejones de la ciudad, mientras dulcificaba la realidad con versos ajenos. ¡Qué elegante era en persona pero que poco lo era para afrontar la vida! Menos poesía y más valentía, que con cobardes no se ha erigido el mundo, pensaba ella. Pero había días en los que, muy en el fondo de su corazón, le hubiera gustado ser como él, con ese desapego emocional que le caracterizaba desde la primera vez que se puso su capa negra. Fabulaciones, nada más.

A veces, mientras hace sus rondas nocturnas bajo la lluvia, se sorprende pensando en él desde la distancia, con esa sonrisa pícara y esa mirada profunda que hizo que se creyera que la haría feliz eternamente, aún sabiendo que la eternidad no existe. Así de caprichosos son los recuerdos… Pero hay siempre un momento en la noche en el que se arrodilla en una azotea cualquiera de la ciudad dormida y, derrumbada por el cansacio de las circunstancias, respira. Quizás es cuando más viva se siente, porque justo en ese instante en el que la lluvia se desliza por su capa roja, sabe bien que es la valiente de los dos, y que la vida, por muchos obstáculos que le ponga, siempre la recompensará...


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